Última oportunidad
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Foto: Pixabay |
Hoy me gustaría compartir un relato que escribí sobre los viajes
en el tiempo y el amor. En él la protagonista hará lo imposible para
tratar de cambiar la realidad en la que se desenvuelve. Lo que no podía
prever son las consecuencias que le acarreara cambiar esos detalles de su vida
que no le gustan.
Cuando
me lo encuentro de camino a la estación de lanzamiento de la lejana ciudad de
Krikent, el corazón me da un vuelco. No puedo dejar de mirarlo. Sus ojos poseen
una tonalidad difícil de describir. Entre el verde de un bosque profundo y el
ámbar de un cálido amanecer. Y un magnetismo que despierta cada célula de mi
ser, produciendo un maremoto a la altura del estómago.
Paso
por su lado y lo saludo con un ademán. Me mira entre perplejo y extrañado. Como
tantas otras veces, ni siquiera me reconoce. Mi mente a veces lo olvida. Décimo
mes del año 3672. Todavía no me conoce. Yo a él sí y no consigo desprenderme de
su olor. Estamos conectados desde siempre, desde mucho antes de aquella noche a
la orilla del mar Luzul, en el que fue el primer intento por cambiar mi
destino.
Las
olas rompían con fuerza. Él estaba sentado en la arena, con las piernas
cruzadas, dejando que el agua salpicara sus pantalones. Mi aparición en escena
fue bochornosa. Estaba desorientada y confusa. El salto temporal me había
restado energía y el brazo me sangraba debido al impacto de bala que acababa de
recibir. El sonido de mis rodillas al caer y golpear el suelo hizo que se
volviera. Lo primero que vi al recobrar la conciencia fueron sus ojos. Luego me
fijé en la manera en que el sol incidía sobre su pelo rubio ceniza. Ezra,
dije medio adormecida. Por fortuna, fue apenas un susurro y ni siquiera se
enteró, sino me habría resultado difícil de explicar. Entonces el chico que se
convertiría en mi marido me curó la herida y me la vendó.
Después
desaparecí y desde ese momento somos como dos relojes girando en sentido
contrario. Y es que la primera vez que lo vi, no sabía nada de mí, a pesar de que
yo ya lo había besado. Sin embargo, no estoy aquí, en Krikent, para
notar la tibieza de su piel ni redescubrir que sus besos huelen a primavera.
No, el objetivo que persigo es más grande que eso. Mi misión, la meta que me he
propuesto, es modificar el pasado para redefinir mi presente. Por eso acabo de
retrasarlo, sin éxito, para que pierda la nave hacia Dentrox, el lugar
en el que tiene su primer contacto con las drogas.
Ya
lo he hecho en más ocasiones. Alterar instantes claves en su vida. Los trabajos
para Liam, con pequeños trapicheos sin importancia que lo iban acercando a la
delincuencia. La primera vez que entró en el Deliverys, tocando
versiones de canciones antiguas con su guitarra. El accidente de coche en el
que su hermana murió y que acabó por arrastrarlo al borde de la depresión.
El
resultado es el mismo una y otra vez. Robos, sobornos, violencia y, al final, nuestra
entrada en la mafia de Miuri. Sólo he conseguido cambiar pequeñas cosas.
Por ejemplo, el barrio en el que acabaremos viviendo. Aunque siempre tienen
algo en común. Son suburbios de mala muerte a las afueras de cualquier ciudad.
Y a pesar de los sucesivos fracasos, a pesar de seguir sintiendo esa punzada en
el estómago al querer abrazarlo, pero no poder porque no me reconoce, seguiría
saltando a través del tiempo durante todo un eón para evitar lo que se me viene
encima. La recompensa merecería la pena.
Me
asusta pensar que se me agotan las oportunidades, por eso realizo estos saltos
con más frecuencia. Puedo realizar al menos tres con un intervalo de unas
cuatro o cinco horas. El problema es que no sé cómo me está afectando.
La
máquina que robé el día que recibí el balazo no la había probado nadie antes. Es
tan sólo el experimento de un loco obsesionado con la idea de reescribir la
historia y hacerse rico a costa de ello. Cuando me colé en su almacén,
rebuscando entre sus cosas el artilugio que un contacto me describió sin
demasiados detalles, ni siquiera sabía si funcionaría. Sólo se trataba de un
rumor que circulaba entre los barrios bajos. Iba a ciegas. Tal vez el objeto aerodinámico
y opaco del que hablaban no existiera. Aun así, me arriesgué y fui descubierta.
Corrí lo más rápido posible, recibiendo el impacto de una bala en el brazo
derecho. Entonces, en un callejón sin salida, le di mil vueltas al artefacto,
buscando cómo activarlo, igual que en un escape room de los antiguos, de
esos que tanto le gustaban a mi abuela. De casualidad, el chisme cobró vida,
emitiendo una luminiscencia púrpura que me absorbió al segundo, lanzándome a la
playa desierta donde se encontraba mi marido en el pasado.
Ahora,
teniendo todo lo anterior en cuenta, es evidente que me urge transformar de una
vez por todas la línea temporal. Y hoy es el día que me he marcado para hacerlo
realidad. El intento en Krikent ha fallado, así que ahora, tan sólo unas
horas después, pretendo viajar justo al instante en que conoció a Piero, su mejor
amigo. Él será quien nos pase el contacto de la banda criminal en la que
acabamos metidos. Si evito que se conozcan, tal vez lo demás no suceda nunca.
Si esto no funciona, no sé qué lo hará.
Llego
al parque Nassad con bastante antelación y me
siento en uno de los bancos, esperando a que Ezra pase por la zona. Tengo
puestas las gafas de sol y hago como que leo un libro. En realidad, observo cada
detalle, oculta tras la opacidad de las lentes. Desde mi posición lo veo
llegar. Atraviesa la acera y finjo ser una turista que no conoce la ciudad,
preguntándole por algún punto en concreto, para que me guíe a ese lugar.
Durante
el camino evito quitarme las gafas. Además, llevo el pelo recogido y una peluca
de color platino. Al hablarle finjo acento del nordeste, de las llanuras del Yrant.
Si esto falla no quiero que me relacione con la chica que pronto aparecerá en
su vida y acabará por convertirse en su esposa. Sólo quiero evitar nuestra
entrada en la mafia. No pretendo trastocar toda la línea temporal. Lo
entretengo un rato preguntándole por algunas indicaciones sobre sitios con
historia de la ciudad y lo dejo regresar a lo que estuviera haciendo. Son las
19:35. Piero ya debe haberse ido del parque. Recuerdo, por las historias que ambos
han contado, que hoy tenía que pasarse por el desguace antes de las ocho.
Es
hora de viajar a mi época para ver si al fin lo he conseguido. Entro en el
servicio de un bar cercano y activo el artilugio. El habitual fogonazo me ciega
durante unos segundos. Al volver a abrir los ojos me apoyo sobre la pared que
tengo al lado. La cabeza me da vueltas y siento náuseas. Sucede cada vez que
salto en el tiempo. Pensaba que me acostumbraría a ello, pero la sensación
sigue siendo la misma.
Miro
alrededor para ubicarme. Estoy dentro de una casa. Espero que sea la mía y no
haberme colado en una propiedad privada. No, nada de lo que observo me es familiar.
Yo solía vivir en un cuchitril, rodeada de escombros y de lo peor de la
sociedad. Estás paredes relucen de blanco y los muebles son demasiado elegantes.
No es mi casa ni ninguna de las que he podido ver antes. Así que tengo que
salir de aquí si no quiero meterme en un problema. Bajo las escaleras de
caracol y salgo por la que parece ser la puerta principal. Se encuentra abierta
de par en par, dejando entrar unos tímidos rayos de sol primaveral. La claridad
se cuela por las grandes cristaleras, iluminando los rincones más oscuros de la
estancia.
Traspaso
el arco del portón, pisando el césped que rodea la vivienda. Un camino de
piedras me lleva hasta una pequeña fuente. Él está ahí parado, de espaldas, con
las manos metidas en el agua, casi seguro intentando arreglar algo. Siempre ha
sido así. Cuando vivíamos en las chabolas de Delton solía traer viejos
cacharros que encontraba en la basura y los hacía funcionar de nuevo. Tiene esa
habilidad innata.
No
puedo evitar sonreír al recordarlo y pienso que tal vez si lo haya logrado. Esta
casa es la prueba de ello. Un lugar alejado de los ambientes por los que antes
nos movíamos. Avanzo hacia Ezra, ilusionada por comprobar si ha tenido efecto.
Ansiosa por volver a abrazarlo, por sentir otra vez el sabor de sus labios.
Me
quedo parada en el sitio al oír una voz femenina que lo llama. Entonces la veo
aparecer. La chica corre hacia él y salta en el último segundo, mientras mi
marido la agarra al vuelo. Los dos ríen como chiquillos, con las mejillas sonrosadas.
Una lágrima de pura impotencia resbala por mi mejilla. Y siento que el corazón
se me agrieta al verlos juntos.
He
alterado los hechos y no ha salido de la forma que esperaba. Aunque sigo sin
entender cómo ha sucedido. No he modificado nada sobre nuestro encuentro. Me he
limitado a intervenir en momentos anteriores, previos a conocernos. Soy idiota.
Lo he sacado de los suburbios pagando un alto coste. Alejarlo de mí. Y ni
siquiera sé si mi yo del futuro seguirá llevando la misma vida o no. Tampoco
voy a pararme a comprobarlo. Tengo que arreglar esto de inmediato. Volver a
poner cada pieza en su lugar y empezar de cero.
Me
aparto un poco, escondiéndome tras la esquina más cercana sin perderlos de
vista. Y al ir a introducir una fecha en el artefacto para volver al parque Nassad
veo que mis manos se están desvaneciendo. Intento marcar las teclas una y otra
vez. Es imposible. Las partículas de mi cuerpo se esparcen con el viento. Estoy
desapareciendo. La ansiedad me invade. Quiero pararlo. Detenerlo. Hacer algo. Pero
no sé cómo.
El
objeto cae al suelo con un estrépito. Las manos que lo sostenían ya no están.
Este fenómeno se extiende por mi cuerpo como un cáncer y en pocos minutos sólo
queda un rostro flotando en el aire. Lo último que veo antes de que todo se
extinga es a ellos dos besándose.
Y
pienso que he vuelto a fallar. A través de las gafas de realidad virtual se lee
Game Over. Entonces, mezcla de la frustración y el enojo, me las quito
con un movimiento brusco y las lanzo lo más lejos posible. Éstas rebotan
formando un ángulo extraño. Por unos segundos temo haberlas roto. Me acerco y
compruebo que permanecen intactas. Parece que la funda ha amortiguado el golpe.
Empiezo
a creer que cambiar el pasado es imposible. Cada intento con el simulador acaba
en desastre. A pesar de que me permite barajar todas las opciones y trastocar
la realidad a mi antojo, moviendo y cortando los hilos del pasado, sigo sin
encontrar la adecuada. Sin embargo, sé que daré con la correcta y cuando eso
suceda ya no lo necesitaré más. Si es que no me encuentran antes y acabo en la
cárcel el resto de mis días. Estoy desaparecida desde que robé este aparato. Es
tecnología punta. Un invento que te permite variar el pasado y que usa la premisa
de los videojuegos para lograrlo. No importan tus errores porque nunca habrá
sucedido hasta que no estés satisfecha con el resultado y aceptes convertirlo
en realidad. Mientras tanto sólo se tratará de una partida más. Por eso la recompensa
por encontrarme es elevada. Y por eso destruiré el objeto en cuanto haya alcanzado
mi meta.
¡Hola, Rocío! Estupenda vuelta de tuerca a los viajes en el tiempo. Me encantó la máquina temporal que has ideado y que te permite contemplar todos los escenarios posibles, aunque en mi opinión no le veo mucho éxito a la protagonista. Modificar el pasado para evitar algo futuro haría desaparecer la misma necesidad de viajar al pasado. Desgraciada o afortunadamente, somos lo que hemos sido y vivido, cualquier alteración nos lleva a ser otra persona y vivir otra vida. Un abrazo!
ResponderEliminar¡Hola David! La verdad es que la protagonista no tiene nada de éxito en su cometido. Más bien al revés. Cambia tanto el pasado que las consecuencias en el futuro son completamente diferentes a las que esperaba. Los viajes en el tiempo siempre acaban por traer más de un dolor de cabeza y generar alguna que otra paradoja. Un saludo.
Eliminar¡Caray, qué imaginación! A mí estas distopías me resultan difíciles de escribir. Y me dan miedo. Tal vez por eso me resulten complicadas. ¿Y si llegamos a ese punto de tecnología y podemos trastocar presente y futuro a placer? ¡Qué peligro!
ResponderEliminarBuen micro. El final es totalmente inesperado.
Saludos
¡Hola Jose! Si la tecnología llega a ese nivel no sabemos que futuro nos podríamos encontrar, pues siempre habría alguien que querría utilizar esas capacidades en su propio beneficio, aún a riesgo de perjudicar a los demás. Algo así, utilizado sin control, podría llevarnos a nuestra propia destrucción e incluso a la del planeta. Me alegra saber que el final te ha sorprendido. Un saludo.
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