El niño y la canica
Falta muy poquito para Halloween, una fiesta que siempre me ha encantado por su temática relacionada con el terror, el misterio y lo sobrenatural. Por eso, con motivo de estas fechas, me gustaría compartir en el blog un relato que he escrito inspirado en esta fiesta, con un personaje principal que es todo lo contrario a mí respecto a este tema, un personaje que odia Halloween y al que le sucede un evento muy especial en esta noche mágica.
Es Halloween y Celia se ha quedado trabajando
hasta tarde en el hospital. Esa fiesta no le gusta demasiado, así que no le ha
importado tener doble turno. De hecho, a pesar de no haber descansado en esta
semana, le ha cambiado el horario a una compañera que quería librar. Se trata
de la excusa perfecta para no escuchar a sus amigos insistiéndole en que se disfrace.
Odia fingir ser alguien que no es. Cómo puedes fiarte de quién se esconde
tras una máscara.
Cuando termina la jornada llama a un taxi.
Al doblar la esquina de la manzana busca las llaves en el bolso. Fuera llueve. Al
bajar se cubre con la capucha de la sudadera, evitando pasar por debajo de la
escalera situada en el bloque en obras colindante, y entra en el portal. En
cuanto llegue a la cama va a caer rendida. Las horas pasadas en el hospital han
sido agotadoras. Menos mal que mañana descansa.
Piensa en cambiar de empleo. La verdad es que
se siente un poco estancada. Los días no se diferencian unos de otros, excepto por
las caras de los pacientes que atiende. Está un poco aburrida de hacer siempre lo
mismo. Sacar sangre, vacunar a la gente, vendar esguinces. Necesita algo más de
la vida, pero no sabe qué.
Pulsa el interruptor del ascensor y
aguarda a que llegue. Tras ella entra un niño vestido de vampiro. Da un lametón
a la piruleta que sostiene con la mano izquierda. Mierda. ¿De dónde ha
salido? Los disfraces la ponen nerviosa. Viste camisa blanca y una capa
oscura. Lleva la cara pintada simulando una palidez extrema y unos regueros de
sangre en la comisura de los labios. Unos colmillos de plástico completan el
atuendo.
El vampiro da unos saltitos para llegar al
botón que quiere marcar. El décimo. Ella suspira mientras espera a que la
máquina se detenga en el octavo. Por fortuna bajará antes que él. No le da
buena espina. Nada de lo relacionado con Halloween lo hace. Detesta esa fiesta.
Le parece una burla hacía la muerte. Sin embargo, la gente se lo toma a broma.
Salir a la calle imitando a seres sobrenaturales no es ningún juego. Le tiene respeto
a ese tipo de cosas. Se toma muy en serio romper un espejo o dejar caer sal al
suelo. Para evitar la mala suerte entierra los trozos rotos del primero y tira
sal con la mano derecha sobre el hombro izquierdo. Su compañera de piso siempre
le repite que son meras supercherías. Celia no puede evitar hacerlo.
Un chirrido la saca de sus pensamientos.
El ascensor se para y la bombilla parpadea un instante. Joder ¿En serio?
¿Justo cuando hay un pequeño chupasangre a mi lado? ¡Qué mal rollo!
El chiquillo entra en pánico y comienza a
llorar. Dios, lo que me faltaba. Se acerca para consolarlo. Después
pensará en cómo arreglar lo de la avería. A alguien podrá llamar que los saque
de allí.
—Ehhh…hola peque. Tranquilo, ¿vale? No hay
motivos para asustarse. Se va a solucionar —dice dispuesta incluso a abrazarlo
si es necesario para que se calme. Él comienza a reír a carcajadas, arrastrando
la pintura al limpiarse las lágrimas con la mano. ¡Oh, genial, más que un
vampiro es un Joker en miniatura!
—Tendría que haber visto
su cara señora —Muestra una amplia sonrisa y pone ojitos de cordero degollado.
—Uy sí, qué gracioso, qué guay. —Se
dirige al botón de alarma, distinguible con facilidad por la campanita
amarilla, y lo pulsa repetidas veces.
—No creo que funcione. —La luz se va justo
en ese momento. Todo queda a oscuras hasta que el niño saca una linterna—.
Estoy preparado para cualquier contratiempo —Frunce los labios, abre muchos los
ojos y alza las manos como diciendo “ya ves”.
—Vale, eres un crack, y ahora
llevémonos bien que parece que vamos a pasar un tiempo aquí.
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! —grita por si alguien
pudiera escucharlo. No obtiene respuesta—. Había que intentarlo —se excusa.
Ambos se sientan en el suelo. La mujer saca
el móvil del bolso para hacer una llamada a emergencias. No hay cobertura. Bueno
a lo sumo pasaremos aquí la noche hasta que amanezca y alguien nos oiga. Volverá
a probar en unos minutos. Mientras tanto saca de la cartera una canica. Se la
regaló su abuela. Para ella es como un talismán. Desde entonces siempre la lleva
encima. La acompañaba cuando aprobó selectividad y cuando consiguió ese trabajo.
Lanza la bola verde esmeralda rodando. Ésta choca con las deportivas de él.
—¿Qué? —exclama—. ¡Venga, devuélvemela!
Así la espera no será tan aburrida.
—¿Really Celia?
—No te he dicho mi nombre, ¿cómo…?
—Relájate, lo pone en tu identificación. A
mi puedes llamarme Daniel —hace una pausa demasiado larga—. Por cierto, tu
abuela Ana te envía recuerdos.
—Venga, esa no cuela. El nombre de Ana es
muy común y tenías un cincuenta por ciento de probabilidades de acertar que
está muerta. Es pura estadística —contesta casi gritando. Ya me está
alterando demasiado el renacuajo éste.
—Los mayores sois tan predecibles —contesta
alargando mucho las sílabas y haciendo rodar la bola en dirección a la mujer—.
Os ponen algo delante de vuestros ojos y no lo veis.
—Mira, no me vaciles y cállate un ratito
por lo menos —Cruza las piernas y lanza la canica hacia arriba.
—Te la regaló tu abuela ¿cierto? ¿Eso
también es común?
—¿Qué dices? —responde enfadada. En realidad,
está bastante asustada. Se le ha quedado la cara blanca como la pintura que
cubre el rostro de Daniel.
—¡Qué tercos sois los adultos! Te lo estoy
intentando explicar. Abre un poco la mente y no des por supuesto nada. Son las
dos reglas de oro. — Levanta los dos dedos de la mano derecha para dejarlo
claro.
Que crío más atípico. Cuándo llegarán los
servicios de emergencia. Opta por ignorarlo. No contestará
más preguntas absurdas. En algún momento se dará por vencido. Lo mira de reojo.
Está bostezando. A lo mejor termina por quedarse dormido, aunque no cree que el
destino la premie con ese lujo. Piensa en el instante en que Ana le dio la
canica. Le dijo que la guardara a buen recaudo, que traía suerte. La llevaba
encima cuando conoció a su abuelo. Además, es capaz de frenar el mal de ojo y
otro tipo de maldiciones menores, le comentó. De ella aprendió la mayoría de
los rituales que ahora repite como un mantra y por los que recibe las burlas de
sus amigos. Cómo siendo enfermera te crees ese tipo de tonterías. Es un
comentario que ha oído demasiadas veces.
—Venga va, no tengo todo el día —dice
Daniel poniéndose en pie. ¡Qué pesado! No se cansa—. Voy a contarte la
historia. Tu abuela era una Meiga. Y yo en realidad ni soy un niño ni me
llamo Daniel. Soy un Trasno y mi nombre verdadero es Dix. Resumiendo,
conocí a Ana hace mucho. Nos ayudó otras veces a mantener el mundo mágico a
salvo, conservando el equilibrio entre el bien y el mal. Ahora estamos en
peligro. Por tus venas corre su sangre. He venido a pedirte ayuda y si aceptas,
a enseñarte mi mundo.
—Ajá, y yo soy una Moura —Cansada
del juego aplasta el botón de emergencias sólo por sentir que hace algo. Quiere
salir de ahí cuanto antes.
—Celia, ¿no lo ves? Esto es lo que falta
en tu vida. Magia y una gran aventura. —Deja que los segundos pasen sin
responderle—. Vale, nos las apañaremos sin ti. —Entonces desaparece, la luz
vuelve y el ascensor se pone en marcha. Celia parpadea. ¿Dónde diablos…?
Las puertas se abren en el octavo. Se baja pellizcándose los brazos por si se trata de un sueño. Aún sostiene la canica en la mano. Saca la cartera y la guarda. Piensa en las palabras de Daniel, Dix o como quiera que se llame. ¿No es posible verdad? ¡Vaya locura!
Muy bueno!!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho que no intentara nada malo el pequeño diablillo.
Que va delaFlor. Tan sólo quería que Celia le ayudara a mantener a salvo el mundo mágico pero en la actualidad ya nadie cree en la magia y su misión, de momento, fracaso por esa incredulidad. Gracias por pasarte a comentar. Un saludo.
ResponderEliminarParecía que se había encontrado con un peligro mortal, que Celia sería desangrada por un vampiro disfrazado de pequeño disfrazado de vampiro.
ResponderEliminarPero resultó que era la oportunidad que Celia buscaba. Una vida diferente, con magia y aventura.
Un abrazo.
¡Hola Demiurgo! Gracias por pasarte a comentar. Sí, podría haber ocurrido pero al final este ser mágico tenía mejores intenciones. Una pena que Celia rechazara una vida plagada de aventuras. Un saludo.
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